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ENFOCADOS EN DIOS, NO EN LOS OBSTÁCULOS

La historia de Sir Ernest Henry Shackleton y su expedición al Antártico en el barco Endurance (1914-1917), cuenta que Shackleton reclutó a su tripulación por medio de publicar este anuncio: «Se buscan hombres para viaje peligroso. Sueldo bajo, frío glacial, largos meses de completa oscuridad, peligro constante. Retorno a salvo no garantizado. Honor y reconocimiento en caso de tener éxito».

Apenas habían navegado un mes cuando su nave quedó atrapada en un banco de hielo. Durante los diez meses siguientes no pudieron moverse hasta que el hielo finalmente aplastó el gran barco, y se hundió. La meta de su viaje parecía imposible; la supervivencia se convirtió en su esperanza más querida. Durante cinco meses y medio vivieron en tiendas sobre el hielo. Cuatro de los miembros de la tripulación salieron a buscar ayuda en un bote salvavidas y el resto esperó otros cinco meses a que llegaran los rescatadores. Pero no se perdió un solo hombre. ¡Todos sobrevivieron!

El Señor dio a los israelitas el encargo de ir y conquistar la tierra de Canaán. Ellos necesitaban un lugar en el cual pudieran crecer como pueblo de Dios. Dirigido por Dios, Moisés envió doce hombres a espiar la tierra. ¡Qué decepción debió sufrir al escuchar los comentarios negativos que la mayoría de estos espías compartieron al volver! Solamente estaban poniendo sus ojos en los obstáculos que habían visto. Sin embargo, Caleb estaba seguro de que iban a vencerlos fácilmente (Números 13.30), pues tenía puesto sus ojos en las promesas de Dios, no en las dificultades. Basaba su confianza en las palabras que el Señor había dicho a Abraham: “A tu descendencia daré esta tierra” (Génesis 12.7).

El resto del pueblo no pensaba igual. Todos esos relatos acerca de gigantes y fortalezas los atemorizaron. Normalmente, obstáculos como esos podían haber asustado a cualquiera, pero no al pueblo de Israel, pues ellos servían a un Dios que les había probado lo que podía hacer. Dios había divido al mar Rojo para que escaparan de Faraón, y los había alimentado en el desierto.

Moisés aprendió a valorar a Dios sobre todo lo demás. No se movía un centímetro si Dios no lo movía, y no daría un paso hacia adelante si la presencia de Dios no iba con ellos. Hizo una pregunta sencilla: «¿Pues en qué se conocerá que he hallado gracia ante tus ojos, yo y tu pueblo? ¿No es acaso en que tú vayas con nosotros...?». Y el Señor le dijo a Moisés: «También haré esto que has hablado, por cuanto has hallado gracia ante mis ojos y te he conocido por tu nombre».

Cuando nos enfocamos en los obstáculos, nuestra visión se distorsiona. Los problemas se hacen tan grandes que nos impiden dar el próximo paso de fe. Cuando Dios nos pide hacer algo, podemos estar seguros de que también nos brindará su ayuda para vencer cualquier dificultad que esté frente a nosotros. Si imitamos a los israelitas y nos negamos a seguir adelante por el temor que sentimos, perderemos las bendiciones que el Señor ha preparado para quienes hacen su voluntad.

Sea que estés experimentando un mar en calma o una gélida desviación, sigue avanzando hacia Dios y hacia la visión, creciendo en tu fe y escuchando su voz. Incluso en medio de esos momentos difíciles, puedes confiar en que Dios está en la travesía contigo, dándole forma a tu corazón y haciendo crecer tu fe.


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